domingo, 11 de agosto de 2013

Horrorosos estragos ocasionados por la fiera Crupecia, que apareció en Melilla en el río de la Plata.



Pliegos de Cordel publicado en la Imprenta Universal de la calle Travesía de San Mateo, 1 de Madrid.


Los impresores de la relación de la fiera Crupecia”, consideraron que el mismo grabado que lo ilustra, de modo más o menos adecuado, podía servir para ilustrar la relación llamada “El fenómeno pez mujer o la maldición de una madre, Horrorosos estragos”.


Primera Parte
Ni en la historia más antigua, / ni en África ni en Grecia

se ha visto fiera tan mala / como la fiera Crupecia.

Este monstruo sanguinario / se vio por primera vez

por una joven de España / valiente y noble mujer.

Que en Melilla se encontraba, / lavando, muy descuidada

cuando se vio improvisto / por la Crupecia atacada.

Su padre y un hermanito / se hallaban cortando leña

a los cuales destrozó / aquella maldita fiera.

La joven pudo escapar / a dar parte decidida

al pueblo pudo llegar / angustiada y afligida.

A casa del juez llegó / aquella joven hermosa,

al punto parte le dio / de aquella fiera horrorosa.

Al momento le preguntan / por las señas de la fiera,

y ella con dulces palabras / les dice de esta manera:

Tiene boca de león / los cuernos de toro bravo

pelo como un mujer / y las alas de pescado.

Las uñas como puñales / las orejas de carnero

y en el rabo una cruceta / que causa temor y miedo.

Yo descuidada me hallaba, / cuando la fiera salió

del río, dando bramidos, / y a mi padre destrozó.

Mi hermano quiso escapar, / pero la fiera con ira,

también se apoderó de él / destrozándole enseguida.

Al momento, el señor juez, / ordena con ley severa

Que salgan cincuenta moros, / por ver si matan a la fiera.

Cansados de caminar / por todas aquellas praderas

ya se van a retirar / sin encontrar a la fiera.

Cuando tras unos matorrales / sale aquel animal feroz,

y á cuarenta y siete moros / con sus garras destrozó.

Y los otros que quedaron / huyen con miedo fatal,

asustados y aturdidos  / de aquel terrible animal.

Cuando encuentran de improviso / con una fuerte negrera,

que del poblado venían / por ver si matan la fiera.

pero los otros le dicen / con muchísima ansiedad:

-Volver atrás, que esta fiera, / no hay quien la pueda matar.

Los otros, acobardados, / al punto retrocedieron,

echando todos a correr / lograron llegar hasta el pueblo.

Y al juez le piden justicia, / da parte al gobernador,

de los destrozos causados / por aquel monstruo feroz.

Y el gobernado ordena / con fuerte serenidad,

dar mil ducados como premio / al que lo pueda matar.



Fin de la primera parte.



Segunda Parte

Al enterarse los moros / que dan tanta cantidad

salen doscientos armados / a matar a ese animal.

Al entra en aquel bosque /  aquella gente negrera,

con una ira terrible / les amenaza la fiera.

Se tratan de defender / de las garras de la muerte,

pero de poco les vale / a aquella indefensa gente.

Porque la fiera furiosa / dando terribles bramidos

a ciento cincuenta moros / dejó en el suelo tendidos.

Los otros siguen gritando / y a Mahoma exclamaban,

y por correr más aprisa / las escopetas tiraban.

Llegan al pueblo gritando / diciendo al señor juez:

-A matar a ese animal / no nos mande usted otra vez.

Entonces les dijo el juez: -Con fuerte serenidad;

no nos queda otro remedio, / que matar a ese animal.

Cuando la hueste negrera / estas palabras decía,

entran la confusiones / de bajes y cobardías.

Cuando al  punto, una  española, / que todo esto lo estaba oyendo

se presenta al señor juez / y estas palabras diciendo:

-Si usía tiene la bondad / de darme lo que le pida,

yo le doy muerte a esa fiera / si no me quita la vida.

Necesito una escopeta / y un machete bien cortante,

para dar muerte a esa fiera / terrible y horrorizante.

Al oír esto los moros / le dicen con ansiedad:

-Señorita no se atreva / mire que le va a matar.

Callad, moros del demonio / no gritar con tantos alarde,

que sois más grandes que Judas / y acerosos y cobardes.

Caramba con la blanquita / la dicen los ofendidos

aunque somos de color / también somos bien nacidos.

Sin atender a palabras / Marcha con serenidad

y toda la morería / le van siguiendo detrás.

Pero al entrar la española / en un monte muy cerrado,

de moros y de negritos / se encuentra el suelo sembrado.

Pero ella sigue adelante / como si tal cosa fuera,

cuando se halla de repente / con aquella terrible fiera.

Detrás de un árbol se pone / la española decidida,

hace un certero disparo / cayendo la fiera tendida.

Luego coge su machete / con arrogante valor

y le corta la cabeza / a aquel animal feroz.

Y entonces la morería / con ilusión verdadera

se acercaba dando gritos / después de muerta la fiera.

Aplauden a aquella joven / que por su fiero valor,

con serenidad admirable / a la Crupecia mato.

Para el pueblo de contado / llevan a la joven hermosa,

se presenta al señor juez, / muy serena y valerosa.

Y ella con dulce cariño / le dice al señor juez:

Entréguense estas armas / que la fiera ya maté.

El señor juez admirado / de su grandioso valor,

los mil duros prometidos / a aquella joven le dio.

Viva la sangre española / gritaba la morería,

que jamás se ha visto en ella / bajeza ni cobardía.

Mientras vean los africanos / que el  mero sólo los nos roba,

no pueden ser tan valientes / como la sangre española.

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