Pliegos de
Cordel publicado en
la Imprenta Universal de la calle Travesía de San Mateo, 1 de Madrid.
Los impresores de la relación de la “fiera Crupecia”, consideraron que el mismo
grabado que lo ilustra, de modo más o menos adecuado, podía servir para
ilustrar la relación llamada “El fenómeno
pez mujer o la maldición de una madre, Horrorosos estragos”.
Primera Parte
Ni en la historia más antigua, / ni
en África ni en Grecia
se ha visto fiera tan mala / como la
fiera Crupecia.
Este monstruo sanguinario / se vio
por primera vez
por una joven de España / valiente y
noble mujer.
Que en Melilla se encontraba, / lavando,
muy descuidada
cuando se vio improvisto / por la Crupecia atacada.
Su padre y un hermanito / se
hallaban cortando leña
a los cuales destrozó / aquella
maldita fiera.
La joven pudo escapar / a dar parte decidida
al pueblo pudo llegar / angustiada y
afligida.
A casa del juez llegó / aquella
joven hermosa,
al punto parte le dio / de aquella
fiera horrorosa.
Al momento le preguntan / por las
señas de la fiera,
y ella con dulces palabras / les
dice de esta manera:
Tiene boca de león / los cuernos de
toro bravo
pelo como un mujer / y las alas de
pescado.
Las uñas como puñales / las orejas
de carnero
y en el rabo una cruceta / que causa
temor y miedo.
Yo descuidada me hallaba, / cuando
la fiera salió
del río, dando bramidos, / y a mi
padre destrozó.
Mi hermano quiso escapar, / pero la
fiera con ira,
también se apoderó de él / destrozándole
enseguida.
Al momento, el señor juez, / ordena
con ley severa
Que salgan cincuenta moros, / por
ver si matan a la fiera.
Cansados de caminar / por todas
aquellas praderas
ya se van a retirar / sin encontrar
a la fiera.
Cuando tras unos matorrales / sale
aquel animal feroz,
y á cuarenta y siete moros / con sus
garras destrozó.
Y los otros que quedaron / huyen con
miedo fatal,
asustados y aturdidos / de aquel terrible animal.
Cuando encuentran de improviso / con
una fuerte negrera,
que del poblado venían / por ver si
matan la fiera.
pero los otros le dicen / con
muchísima ansiedad:
-Volver atrás, que esta fiera, / no
hay quien la pueda matar.
Los otros, acobardados, / al punto
retrocedieron,
echando todos a correr / lograron
llegar hasta el pueblo.
Y al juez le piden justicia, / da
parte al gobernador,
de los destrozos causados / por
aquel monstruo feroz.
Y el gobernado ordena / con fuerte
serenidad,
dar mil ducados como premio / al que
lo pueda matar.
Fin de la primera parte.
Segunda Parte
Al enterarse los moros / que dan
tanta cantidad
salen doscientos armados / a matar a
ese animal.
Al entra en aquel bosque / aquella gente negrera,
con una ira terrible / les amenaza
la fiera.
Se tratan de defender / de las
garras de la muerte,
pero de poco les vale / a aquella
indefensa gente.
Porque la fiera furiosa / dando
terribles bramidos
a ciento cincuenta moros / dejó en
el suelo tendidos.
Los otros siguen gritando / y a
Mahoma exclamaban,
y por correr más aprisa / las
escopetas tiraban.
Llegan al pueblo gritando / diciendo
al señor juez:
-A matar a ese animal / no nos mande
usted otra vez.
Entonces les dijo el juez: -Con
fuerte serenidad;
no nos queda otro remedio, / que
matar a ese animal.
Cuando la hueste negrera / estas
palabras decía,
entran la confusiones / de bajes y
cobardías.
Cuando al punto, una española, / que todo esto lo estaba oyendo
se presenta al señor juez / y estas
palabras diciendo:
-Si usía tiene la bondad / de
darme lo que le pida,
yo le doy muerte a esa fiera / si no
me quita la vida.
Necesito una escopeta / y un machete
bien cortante,
para dar muerte a esa fiera /
terrible y horrorizante.
Al oír esto los moros / le dicen con
ansiedad:
-Señorita no se atreva / mire que le
va a matar.
Callad, moros del demonio / no
gritar con tantos alarde,
que sois más grandes que Judas / y acerosos
y cobardes.
Caramba con la blanquita / la
dicen los ofendidos
aunque somos de color / también
somos bien nacidos.
Sin atender a palabras / Marcha con
serenidad
y toda la morería / le van siguiendo
detrás.
Pero al entrar la española / en un
monte muy cerrado,
de moros y de negritos / se
encuentra el suelo sembrado.
Pero ella sigue adelante / como si
tal cosa fuera,
cuando se halla de repente / con
aquella terrible fiera.
Detrás de un árbol se pone / la
española decidida,
hace un certero disparo / cayendo la
fiera tendida.
Luego coge su machete / con
arrogante valor
y le corta la cabeza / a aquel
animal feroz.
Y entonces la morería / con
ilusión verdadera
se acercaba dando gritos / después
de muerta la fiera.
Aplauden a aquella joven / que por
su fiero valor,
con serenidad admirable / a la
Crupecia mato.
Para el pueblo de contado / llevan a
la joven hermosa,
se presenta al señor juez, / muy
serena y valerosa.
Y ella con dulce cariño / le dice al
señor juez:
Entréguense estas armas / que la
fiera ya maté.
El señor juez admirado / de su
grandioso valor,
los mil duros prometidos /
a aquella joven le dio.
Viva la sangre española / gritaba la
morería,
que jamás se ha visto en ella /
bajeza ni cobardía.
Mientras vean los africanos / que el
mero sólo los nos roba,
no pueden ser tan valientes / como
la sangre española.
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