jueves, 8 de marzo de 2012

La Moneda Judía de Melilla

Esta moneda de bronce, procedente de Judea, fue acuñada por el procurador romano Valerio Grato (15-26 d.C.) bajo el gobierno de Tiberio y donada por D. Claudio Barrio al Museo de Historia y Arqueología de Melilla.

En el anverso, en muy mal estado, aparece un racimo de uvas con dos hojas y zarcillos. Esta pieza, debido a su desgaste, carece de la leyenda Ioulia en el anverso que llevan otras monedas del mismo tipo. En el reverso, mejor conservado, un ánfora con manijas de volutas; en el campo, a izquierda y derecha las letras L Y D (año 4).  

Ésta es la segunda moneda con estas características que ha encontrado D. Claudio Barrio. Según refiere, la primera apareció en un lote de monedas antiguas que adquirió en Cazalla de la Sierra (Sevilla) en 1985. Entre éstas, apareció una pieza extraña, desconocida: se trataba de una moneda emitida en Judea, durante la administración de Valerio Grato, primer procurador de la provincia bajo el gobierno de Tiberio.

Tras identificar su lugar de origen y fecha de emisión, y con la ayuda de su amigo D. León Levy se puso en contacto con el Museo de Jerusalén, institución a la que donó la moneda y en la que permanece expuesta actualmente.

La segunda moneda se encontró, también accidentalmente, en otro lote de monedas encontradas en 1995 en Falda de Camellos, aquí en Melilla. Otras monedas similares se rescataron en las excavaciones de Emporión.

Resulta sorprendente que aparecieran estas piezas en sitios tan alejados de su lugar de origen. Para D. Claudio Barrio, estas monedas llegaron a occidente acompañando a las comunidades judías de la Diáspora que abandonaron Palestina. A su juicio, estos grupos pudieron llevar consigo este tipo de monedas, de escaso valor, como recuerdo de su lugar de procedencia, por su valor sentimental y no por motivos comerciales ni con el fin de atesorar.  Éstas se conservarían para seguir manteniendo un vínculo con su lugar de origen.

Los miembros de la Diáspora constituían la parcela más numerosa del Pueblo de Israel y la mayor parte de estas comunidades se encontraban bajo el dominio de Roma. El hallazgo de esta moneda en la ciudad supone para D. Claudio Barrio un signo inequívoco de que la presencia en Melilla de la comunidad judía puede retrotraerse hasta momentos tan tempranos como el siglo I d.C.

Este hallazgo, es por ahora el único vestigio que documenta la presencia en este periodo de esta comunidad en la ciudad. La cuestión del momento en el que comenzaron a surgir comunidades israelitas en la Península Ibérica y en el occidente mediterráneo se explica con hipótesis más que con evidencias. D. Claudio Barrio considera probable que los judíos llegaran a Melilla acompañando a los comerciantes fenicios. Estos comerciantes acudirían a esta región a comprar oro a Sala (cerca de la actual Sale) o atraídos por la ruta de oro y esclavos que, procedente del Sudán y a través del Muluya conectaba con los puertos mediterráneos. Habría que mencionar en este punto la idea, sustentada por algunos, de que cabe relacionar las «naves de Tarsis» bíblicas con la Tartessos[1] del mediodía hispánico y que en consecuencia abona esta posibilidad de que, ya en el siglo X a.C., hubiera israelitas que navegaran hacia el occidente mediterráneo a la sombra de los fenicios. Sin embargo, para muchos autores, el carácter exótico de los productos que se enumeran en I Reyes invalidaría la idea de que la Tarsis de Salomón pueda identificarse con Tartessos.

Si el origen de estas comunidades es oscuro, lo que sí es indiscutible es que existían ya en occidente grupos de judíos, hasta cierto punto florecientes, avanzado el Imperio romano. La primera expansión de la fe cristiana exige la existencia previa de comunidades israelitas. Si San Pablo u otros misioneros de los tiempos apostólicos predicaron en España, lo hicieron sin duda en núcleos sinagogales; el proselitismo entre gentiles fue posterior al de ámbitos judíos.

La Diáspora romana y helenística tenía un carácter distinto a la babilónica. Lejos de la violencia de ésta, fue el resultado de movimientos pacíficos impulsados por razones mercantiles o de proselitismo. Un factor fundamental en esta expansión fue el sistema de libre comercio creado por los Lágidas y que Roma asumió después.

Se desarrollaron importantes comunidades judías en las principales ciudades mediterráneas, entre las que cabe destacar la de Alejandría. En ésta última, los judíos no podían ser considerados como ciudadanos (politai) ya que esto les hubiera obligado a participar en los cultos idolátricos, aunque su estatus, muy diferente al de los extranjeros domiciliados, podía ser equiparable a la ciudadanía (isopoliteia).

El judaísmo era considerado una “religio licita” y muchos de sus seguidores llegaron a conseguir la ciudadanía romana. Cada comunidad judía mediterránea disponía de un reglamento interno aceptado por las autoridades. Al frente de éstas se encontraba siempre un colegio de ancianos. Éstos designaban otros oficiales, conocidos como arcontes, que eran los encargados de cumplir los acuerdos que se tomaban en el mencionado consejo.

La comunidad, por medio del consejo de ancianos, administraba justicia en asuntos religiosos; imponía multas a los desobedientes y establecía contribuciones para atender a los gastos comunales.

Roma aplicaba a las comunidades judías normas jurídicas que procedían del estatus de las antiguas ciudades “foederatae”. Se les reconocía derechos singulares como su descanso sabático y libertad de reunión para la práctica de sus deberes religiosos, así como el respeto a sus particularidades alimenticias que les obligaban a disponer de mercado propio.


1 Reyes 10, 22 («El monarca [Salomón] tenía en el mar la flota de Tarsis con la flota de Jiram [rey de Tiro]; una vez cada tres años llegaba la flota de Tarsis cargada de oro, plata, marfil, monos y pavos reales»)

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