lunes, 19 de abril de 2010

Manifiesto por el Patrimonio de Melilla la Vieja

Melilla la Vieja (16 de abril 2010)

 
Por Antonio Bravo Nieto
 
Querido monumento,

Hace ya tiempo que quería escribirte esta carta, pero qué difícil es dirigirse a ti desde la agobiante temporalidad de un ser humano. Eres un ente inmemorial, pero tan tangible que todo el mundo tiene el derecho de hacerte y de sentirte como algo propio; pero cualquier persona no deja de ser un fugaz rastro de vida si se compara con los siglos de tus viejas piedras, con tu genealogía.

Y es que tus antecedentes, tu historia, son inabarcables. Ya no quiero referirme a lo que ahora podemos ver de ti, sino a los genes que llevas dentro de tu largo devenir. No hace falta verlos para encontrar en tu interior los restos de la cerca fenicia, los sillares que pusieron en tus muros los romanos, el aparejo de soga y tizón con el que te reconstruyeron los omeyas cordobeses o el tapial que tuvieron tus murallas almohades. Todo eso está en ti como las personas llevamos los genes de nuestros padres y abuelos, aunque lógicamente cada uno se diferencia de sus progenitores. Tú, como ente vivo y dotado de personalidad propia, también eres diferente, porque en tu forma actual reflejas siglos de aventuras y sinsabores. Centurias en las que desempeñaste una misión difícil para la que los reyes españoles te dotaron de la forma que hoy tienes. Por eso eres como eres.

En tu estado actual renaces, una vez más, en 1497. En esos momentos te rediseñan ni más ni menos que prestigiosos ingenieros italianos que han dejado en tus piedras ese tenue reflejo del Renacimiento tardío. Torreones, aljibes, almacenes, todo se va construyendo y reconstruyendo lentamente. Piedra a piedra. Y eso porque eres fruto de un trabajo lentísimo, y eres fruto, que nadie lo olvide, de una transformación eterna.

Cada momento y periodo ha sido diferentes en tu vida y en tu forma. Cada año venían nuevas obras, se levantaban muros y cortinas, adarves y merlones, escarpas y aspilleras. Nunca has sido igual, siempre en continua transformación, siempre diferente a la Melilla que dejabas atrás. No fue nunca igual la Melilla de los Austrias a la Melilla de los Borbones del siglo XVIII, que traen aires nuevos con las técnicas de fortificación de los Países Bajos. En esos momentos creces con amplitud, y la línea de tus glacis se perdían en un horizonte, siempre, amiga mía, plagados de incertidumbres.

Cuando se levanta la Melilla moderna, el paso de finales del siglo XIX al XX, estás a punto de quedarte sin ocupación. Los expertos decían que no servías para nada, y que tus defensas y muros construidos a lo largo de siglos eran inútiles. Incluso algún ingeniero proyectó demolerte parcialmente. Pero qué equivocados estaban si pensaban que podrían acabar contigo. Te reciclaste y cambiaste brillantemente de profesión: ya no servías para defenderte, sino para ser contemplada. Habías encontrado un nuevo empleo: el de monumento. Y menudo futuro tenías, hay que reconocerte una vista muy especial para renacer una y otra vez.

Ya antes admiraban tu belleza, pero como monumento histórico naces legalmente en 1953, y con la firma ni más ni menos de una persona tan admirada como Joaquín Ruiz Giménez. Las bendiciones estaban dadas y te serían convalidadas en 1986, cuando Javier Solana Madariaga te añadía un nuevo título, el de Bien de Interés Cultural.

Pero nadie sospechaba los problemas que esto te causaría. Cuando eras fortaleza, no pasaba un día sin que te fueran transformando piedra a piedra, te cambiaban permanentemente, y nunca eras igual. Pero cuando empiezas a asumir tu nuevo papel como monumento todos quisieron congelar tu imagen. Se acabaron las transformaciones, ya no se te admitía cambio alguno y se te exigía que fueses siendo auténtica pero sin permitir la más leve modificación. Ya sé que te preguntaste que cómo ibas a conseguir superar ese reto, pero conozco la confianza que siempre has tenido en ti misma, y que te ha permitido salir brillantemente de todos los líos en los que te has visto inmersa.

De todos modos no eran años económicamente buenos, y a pesar de lo que intentaban hacer para que tus viejos muros no se vinieran abajo, poco a poco te ibas arruinando. Las casas se caían destartaladas y tu población huía de tus calles y rincones. Los muros se desportillaban mientras que tus minas subterráneas dejaban de utilizarse como el drenaje que siempre fueron, y empezaban a obturarse como las arterias envejecidas de un anciano.

Y así de mal estabas a finales de los años ochenta, cuando la fortuna se puso de nuevo de tu lado y las obras volvieron a tu vida cotidiana. Un plan de rehabilitación empezaba a consolidarte, pero también a cambiarte la fisonomía. Ahora que nadie nos oye, tengo que confesarte que algunas de las obras que te han hecho en los últimos veinte años me gustan bastante y otras mucho menos y me producen un cierto desasosiego, pero reconozco que te he conocido ruinosa y decrépita y que casi me molesta verte moderna y transformada. Incluso quisieron rebautizarte con el cursi nombre de ciudadela.

La culpa de todo la tienes tú misma, por hacer que todos te sintamos un poco nuestra. Ya el poeta al Razi cantó tus murallas inexpugnables y todos los melillenses, desde el gobernador al último marinero de la Compañía de Mar han sentido durante siglos que les pertenecías un poco. Qué simbiosis más perfecta, Melilla la Vieja y su gente, las personas que la han vivido y que por ello, la han transformado y la han hecho posible.

Pero ahora todos hemos querido congelar tu imagen en nuestro recuerdo y en nuestros sentimientos, pero es justo reconocer que no tenemos derecho de apropiarnos totalmente de ti, de atraparte en nuestros deseos que quieren que continúes siendo como eres, aunque no te encuentres bien y necesites cambios.

Nos hemos enamorado a veces de tus ruinas, y nos duele verte cambiar, rejuvenecer y transformarte ¿sabes por qué? posiblemente porque te envidiamos tu capacidad de poder hacerlo, mientras que el paso del tiempo en nosotros es inexorable, no tiene vuelta atrás.

Por eso, Melilla la Vieja, Pueblo nuestro, te envidiamos, pero con esa envidia sana de los que te quieren y te admiran, de los que cuando estamos en tu interior nos sentimos en nuestra casa, y formamos parte, aunque sea por un momento, de ti misma.

Melilla, haznos un favor, pervive por muchos más siglos, para que un pequeño recuerdo nuestro perdure en tus piedras en el futuro, hazlo por nosotros.
 

martes, 13 de abril de 2010

EL TRANSPORTE MARÍTIMO EN MELILLA

Conferencia
El día sábado 24 de abril de 2010 a las siete y media de la tarde (19,30) en Sala de Armas del Almacén de San Juan de “Melilla la Vieja”, sede social de la de la Asociación de Estudios Melillenses, tendrá lugar la conferencia de Carlos Esquembri Hinojo titulada “El Transporte Marítimo en Melilla”, en la que nos ofrecerá una visión histórica en la conmemoración del Centenario de la implantación de la Ley de Comunicaciones del Transporte Marítimo en Melilla.